(11/52) Polilla

Mariano V. Osnaya
5 min readJul 30, 2022

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Hace no tanto platicábamos en Cedro que todo este último mes (quizá desde junio) se sintió como un largo final de temporada: conclusión de arcos dramáticos, cierre de conversaciones pendientes o largamente aplazadas, enunciados definitorios en el diván, reencuentros dolorosos o felices con personas amadas, publicaciones nuevas y un viaje express a Oaxaca. Conocer o acabar de conocer a nuevas personas. Mucha procrastinación y días de tedio infinito o borracheras más o menos improvisadas. El término del Seminario con Silvana y la apertura de la expo y mis presentaciones de cortos documentales y pláticas sobre Sahara y Palestina. Y una rola de Kabah que no deja de taladrarme el cerebro, cual ritornelo. En todo ello se siente un aire de final o de que ya nada va a ser igual dentro de muy poco. Un final abierto, quizá. No se sabe nunca. “La vida que viene y yo me voooooy” como dicen en la canción de Kabah.

Lo cierto es que el fin, los fines, siempre anuncian al mismo tiempo, lo nuevo. Así era en Pablo Tarso: fin de la tradición, de la Ley, y anuncio de la nueva verdad revelada. Para seguir con el tono evagélico, a veces estamos tan cerca de la verdad que no nos damos cuenta de ella hasta que ya pasó o fue demasiado tarde, el momento mesiánico amenaza con desaparecer en cualquier momento. El mismo Pablo se dio cuenta tarde: cazaba cristianos hasta que en el camino de Damasco, al ver La Luz, se queda ciego. Días después un ángel lo visita en nombre de Cristo resucitado y le devuelve la vista. Entonces cree y se fanatiza. El fandom cristiano nos persigue desde entonces, sólo equivalente en nuestros días a los adeptos de Marvel Comics, los cuales tampoco dejan de evangelizar.

Para creer hay que ver signos en todas partes y entonces, sólo entonces, dejamos de hablar por nosotros mismos y otra voz se nos cruza y habla a través de nuestra caja de resonancia. Nos volvemos máquinas receptoras y transmisoras de mensaje cifrados, casi nos hacemos profetas porque intuimos lo que ya no corresponde al viejo orden, al ancien régime. Lo nuevo hace que todo se transforme, pero hay que estar atento a las señales. Como en aquella película con Michael Shannon donde rapta a un niño prodigio que capta señales cósmicas que traduce en un lenguaje binario complejísimo. La secta a la que pertenece creen que son mensajes de dios mientras que la CIA afirma que son de alienígenas.

El problema de todo esto es que no lograba recibir ninguna señal. Mi radio de onda corta parecía averiada. Quizá, como Pablo, estaba ciego, o sordo, o ambos. Todo tenía una bruma, como cuando se empañan los lentes ligeramente. Tan sólo tenía un presentimiento más o menos vago que me hacía estar alerta. Pero ¿alerta para qué? me pregunté varias veces.

Por ejemplo, está terminando Better Call Saul, aunque para mí ya terminó desde el capítulo anterior, con Kim diciéndole a Saul que no puede estar con él porque juntos, pese a ser felices, dañan y matan a las personas que los rodean y eso eso es divertidísimo (como Pablo cuando entregaba cristianos a las autoridades romanas). La distopia Sci-Fi West World supongo que esta será su última temporada; imposible seguir estirando la metaficción de esos robots obsesionados con contar historias, parábolas, para abandonar, finalmente, la cárcel del cuerpo (como Pablo). Terminó Irma Vep, que vi casi en su totalidad desde Cedro en esas tardes de tedio cuando no tenía ganas de editar ni leer ni escribir. Al final no fue más que otra historia sobre un amor perdido que jamás volverá, por mucho que invoquemos desde la ficción a su espectro y finjamos hablar con él, o pretendamos interesarnos porque lo que hace, por sus intereses, sus nuevos gustos y sus problemas. Aunque aceptemos un trabajo que ya sabemos fracasado desde el principio con tal de estar con el fantasma. Vidal (Assayas) al final de la serie se despide del espectro de Irma Vep y le dice a su esposa, que estuvo en fuera de campo toda la serie, “las películas me alejan, pero el amor siempre me devuelve a ti”. Como Pablo o Agustín cuando se ven tentados por los placeres mundanos.

Eran señales, sin duda. Pero ninguna tan clara como la de esta mañana. Pensé que se había tratado de una pesadilla. Entre sueños, en la madrugada, a la hora del lobo, me desperté porque sentí un cosquilleo en mi rostro. Sólo vi un mancha negra cruzándome la frente. Di un manotazo al aire y algo revoloteó hacia el techo de la habitación. Preferí no indagar y dormí cubriéndome la cara. Al despertarme en la mañana busqué en las esquinas obscuras del cuarto, no hallé nada hasta que me fijé en el marco de la puerta. Ahí arriba estaba la polilla, una mariposa negra enorme o paloma como les decía mi madre. No supe muy bien qué hacer. Recordé que le causaban asco (que creo que me lo heredó) y siempre las mataba. Para ella, como para millones de mexicanos, son signo, señal, de muerte. Siempre que entra una a la casa hay que matarla y de inmediato echar agua bendita donde se posó, y si no hay agua, decir un PadreNuestro. Tenía, por lo menos, dos años y medio que no se metía ninguna a la casa. Logré sacarla por la ventana del comedor después de muchos intentos y sin querer tocarla mucho. De niño recuerdo intentar matar a una que no sabía que ya estaba muerta y se hizo polvo cuando la aplasté con el palo de una escoba. El polvo de sus alas me cayó en la cabeza y la cara. No quería que me pasara de nuevo.

Entré a google y encontré un artículo de National Geographic sobre las supersticiones alrededor de las polillas. Su presencia casi siempre se considera de mala suerte o señal de muerte. En los mitos griegos se le relaciona con el Ades, en Perú como portadora de enfermades y los nahuas decían que era la muerte. Sin embargo, en Texas, dice el artículo, se le considera de buena suerte y que si ves una, debes jugar a la lotería de inmediato. En Hawai también implica la muerte, pero de otra forma. Cuando entra a una casa significa que un muerto llega a despedirse de ti.

Quizá es eso. Me gusta pensar que el final de mi análisis es también el final de mi duelo (aunque el duelo y el análisis sean infinito). Me gusta pensar que esa mariposa negra es mi madre despidiéndose. Me gusta pensar que esa polilla decreta el fin y anuncia lo nuevo.

Cuando salió de la casa revoloteando tuve algo parecido a la paz, a la tranquilidad.

Me dieron ganas de retomar el proyecto para el doctorado. Leí Las tres ecologías de Guattari; llegó el libro de Manganelli, cerré el texto sobre relatos y utopías e invité a Andrea al cine. Nueva temporada.

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