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Mariano V. Osnaya
3 min readMay 26, 2022

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Desperté queriendo escribir versos. No lo pensé de manera abstracta. Fue más cercano a despertar todavía pronunciando las palabras de la pesadilla que tenía. Como si ésta se estuviera traduciendo de manera simultanea en un idioma incorrecto. Eran frases con un sentido vago y una sintaxis dudosa. No es la primera vez que me sucede pero pensé por primera vez que podrían ser material para unos versos. Pensé que era un proceso similar al que describen algunxs poetas cuando escriben: un vómito verbal que luego domestican con una mínima legibilidad y coherencia. Lo malo es que no recuerdo bien ninguna de esas frases. Pasa lo mismo con los sueños que se nos escapan recién despertamos. Pensé que tendría que estar más atento a esos arranques verborreicos, nauseabundos, hediondos, nunca dulces ni armoniosos como la voz de una musa. No hay inspiración, se sabe, tan sólo un salto para describir de fondo cuánto nos odiamos. Es la autoconmiseración, a veces falsa, de los escritores. También se sabe que cualquier persona que se odie un poco es un escritor o puede serlo. No hay optimismo en la literatura aunque sí buen humor. El optimismo nunca produce humor, al menos de forma voluntaria.

También desperté pensando en la palabra “hermetismo”. Hace poco Silvana me dijo que mi humildad podía confundirse con hermetismo. No es precisamente un elogio y lo he traído en la cabeza desde entonces. “Misterioso y pendejo como conejo”, sería otra forma de decirlo. La poesía es un poco así. Alguna, la mayoría. El disgusto y desprecio que produce en muchxs lectores se debe a ese hermetismo, a esa falta de claridad, de nitidez, de alambiques verbales que buscan, sacudir, el sentido corriente de las palabras. Eso, hasta que encontramos un poema que nos mueve de fondo sin saber muy por qué. Muchos años me pasó con el cancelado Pablo Neruda y el primer poema de Residencia en la tierra…

Ya escribiendo desde otro spot y desde mi celular (para que a Idalia le de coraje haber actualizado la app). Escribiendo desde el cine tonalá esperando a que termine el conversatorio de la película Retiro. Ayer hablaba de la poesía y hoy recibí el primer poema de Robin Meyers, ya que me inscribí a su daily poem. Debí haber descubierto esto hace más de tres años. No tenía idea. Idalia me ha compartido algunos poemas muy buenos, como el del objeto celeste que no es asteroide ni planeta y, sin embargo, cumple su destino de girar alrededor del sol. Deprimente. El de hoy era una especia de declamación I, sing, seguido de una serie de enunciados que dicen cómo y cuándo la poeta cante o ante qué canta. El poema no sería bueno si la última línea no dijera que canta todo lo anterior, sin convicción. De nuevo, la derrota, la autocrítica y la vergüenza de quien canta, declama, recita, escribe, sin ganas, con desgano, contravoluntad.

Y nada más.

Murió Lizalde.

Le escribí a Ilah: “se murió Lizalde. Me acordé que te gustaba mucho”.

Le escribí de ese modo porque pensé que ya sabía. Pero no. No sabía. Entonces ahora, también parece que tengo el talento de informar a la gente sobre la muerte de sus poetas favoritos. Quizá es mejor eso a querer, de pronto, escribir poesía.

Gerardo de la Torre, Dolores Castro y Lizalde. Mientras, Poni celebra sus 90 años en bellas artes bailando ridículamente.

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